viernes, 11 de enero de 2008

paisaje 11




Pienso en tu mirada. Se encienden ráfagas de sol,
chispitas doradas y amarillas como el limón maduro.
Estoy de rodillas, mientras tanto, a los pies
del árbol del sonido, dulce, agrio,
contemplando las nubes fugitivas.


***

Yo no sé: si sueno, soy. Eso es todo. Por lo demás,
el mismo don, aunque no el don perfecto. Te amo,
y soy perfecta. Caída en el vacío del agua
más exacta, la profusión del lodo en las riberas
me verifica.


***


Este amor es posibilidad más lejana: de no ser así quemaría
su certeza incandescente, demasiada luz y caería
demasiado rauda. No este brillo que sube lentamente
desde el agua hasta las ramas y que tiembla
entre las hojas de las tipas, cerca de mi casa,
al pie de la barranca.


***


Aquí te espero y estoy en ningún lado, el sitio exacto
donde te amo. Si el teléfono sonara sería luz
con sombra de mi madre y agua que vuelve desde lejos
como un sueño de retazos, inalámbrico. Estoy
soñando que te amo. No hay significado.


***


Te recibo como a un huésped llegado del océano,
como a un pez atrapado por dedos de las algas,
como a algo que ha venido a despertarme. Nada de esto
tiene nombre sino sombra o ruido de revelación. De pie
sobre una ola de arena seca, bajo la luna, te veo y veo un mar
que ondula como viento. Te amo. Erguida,
es mi privilegio no nombrarte.



Mirta Rosenberg. “Lo seco y lo mojado”, en Teoría sentimental (1994)

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